El abuso de «los humildes» en campaña

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Por: Juani Dominguez

El límite ético entre la búsqueda de representación y el aprovechamiento electoral de los «humildes» está definido por el grado de responsabilidad pública de los candidatos, por su mensaje y por la solvencia de sus propuestas. 

La crisis económica es el centro de la campaña electoral, las familias se encuentran ocupadas en la dificultad de llegar a fin de mes, en la preocupación por conseguirle un trabajo a ese amigo o vecino que lo necesita o en el cómo mantener activo el negocio en este clima de incertidumbre.

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Todos los armados y estrategias para conseguir votos están bajo un marco de polarización. Este contexto tiende a focalizar la atención del votante en solo dos opciones electorales. Como resultado de esto vemos la construcción clásica de un relato con mensaje bidireccional.

 Uno de esperanza, el cual, se podría sintetizar en slogans como; «Vamos a volver»  o «Si se puede» y el otro de miedo; con suposiciones como, si vuelve Cristina, vuelve el autoritarismo y la corrupción o basta del ajuste de Macri, fuera el gobierno de los ricos.

Pero cuando salimos de esa superestructura electoral y nos vamos acercando al vecino, a sus demandas, a su metro cuadrado, vemos que las tácticas locales tienden naturalmente a la búsqueda de proximidad, de los amiguismos, de la sensibilidad y de la personalización del voto.

Ahora bien; el voto «barrio» ¿se construye estrictamente por la confianza a los candidatos? ¿Por valorar o criticar lo realizado? ¿Alguien le presta atención a las propuestas? Frente a las necesidades de las familias que la están pasando mal: ¿da lo mismo decir solo lo que los vecinos quieren escuchar a costa de una promesa irrealizable? ¿Hay algún lugar para propuestas que quizá en lo inmediato no den respuesta a su situación?

Dicho esto, he aquí mi opinión, mi interrogante central acerca sobre cuál es el límite entre la búsqueda de empatía con los «humildes» y la irresponsabilidad publica de abusar de esa condición como herramienta electoral. 

Está claro que buscar representar a los «humildes» no es algo nuevo, la palabra de por sí sola viene del Evangelio y ya es una constante en la política argentina. Sobran evidencias en nuestra historia donde el uso de los «humildes» es una especie de fábrica de poder y liderazgos.

En todo este cuento la Argentina no logra dar respuestas a la pobreza y ningún modelo político de los que hoy están en discusión pudo con la inflación. Y es por esto que los candidatos pueden elegir caminos electorales con diferentes riesgos. El más fácil es siempre buscar cúlpales, el difícil generar propuestas y el menos riesgos el oportunista, el que solo se ocupa de prometer «FLAN».

En este ultimo me quiero enfocar, porque me resulta triste ver algunas campañas enfocadas excesivamente en mostrarse a los besos y a los abrazos de los «humildes», me produce un rechazo, una incomodidad conceptual.  Es algo que a simple vista cae bien y simpático, que busca la imagen simulada de ser cariñosa, pero es humillante; que quiere ser empática, pero en verdad es paternalista, engañosa e hipócrita.

Cuando a esta imagen se la complementa con una propuesta política minimizada a un conjunto de: YO te voy a dar trabajo, YO te voy a conseguir tal o cual cosa… camina sobre la improvisación política de no tener una respuesta concreta y factible a la complejidad de los problemas públicos.

Nunca está de más aclarar que una cosa es escuchar a los vecinos con alteridad, preocupándose y ocuparse de sus demandas, pero otra muy distinta es alimentar el hambre de los «humildes» descalificando a las personas al no reconocerlas como individuos, sino como categoría, como grupo anónimo.

 Y claro que el problema no son «los humildes», sino quienes en estas circunstancias fomentan el pobrismo al usarlos como fábrica de representación, como garrote ideológico, o como ejército de maniobras.

Encontrar  frases públicamente como; «El cemento no se come», «Dudamos en comer un pedazo de carne en el país de las vacas», o «Es urgente contar con un bono a los municipales » no parecen aportes calificados y mucho menos propuestas resolubles a la situación local y a su real capacidad de ejecución.   

Si predicamos que los «humildes» necesitan que alguien les dé, en este caso el Estado cómo única salida, a la larga, generamos que el individuo no emerja nunca del grupo. Nos alejamos efectivamente de materializar la autonomía personal, profesional y económica necesaria para convertirse en un ciudadano independiente del puntero de barrio, del funcionario de turno.

 ¿Cuántos padres del «pueblo de los humildes» ha tenido nuestro país? ¿Qué harían todos aquellos que desde la «humildad de su pueblo» hicieron fortuna (que hoy no pueden justificar) si un día ya no existiera la categoría de «los humildes»?

Cuidemos los mensajes, cuidemos los mensajeros, cuidemos la comunidad para que no necesite de los «humildes», para que nadie los cultive ni promueva su uniformidad. Para que nadie premie la imitación al atajo y construyan el camino del conformismo.

Si queremos que las buenas intenciones políticas  no se confundan con oportunismo exijamos propuestas concretas y responsabilidad en el mensaje público de los candidatos.