Honor republicano VS. Capacidades morales diferentes

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Las certezas son: primero, que Mauricio Macri sobreestimó la eventual recuperación económica, ya que las expectativas quedaron por encima de los logros; y segundo, que el kirchnerismo y su presunta búsqueda de justicia social se desmorona frente a una embestida penal. Cristina Fernández jamás imaginó el avance contundente de la Justicia y, mucho menos,  que la cadena de complicidades de corrupción se cortaría por el lado empresarial.

El alarmante síntoma de esta situación es la pérdida de legitimidad democrática: demasiada gente siente que la política no sirve para solucionar sus problemas concretos o que, directamente, favorece la consolidación de cierta dirigencia corrupta, profesionalizada “por izquierda”, individualista y ventajera, que sólo defiende sus privilegios y que se alejó completamente del concepto de bien común.

Esa sensación de desprotección predomina en la opinión pública. Informes y encuestas de opinión confirman que la aprobación del Gobierno cayó junto a la imagen de sus principales actores. También afirman que Cristina Fernández, mantiene su aprobación como principal referente opositor, pero su alcance es estático y permanece sólo en su nicho de seguidores.

Esto, junto a la ausencia de nuevos protagonistas, da cuenta de una creciente corriente apolítica y apartidaría, relacionada directamente con la falta de credibilidad, la incertidumbre y la desconfianza.

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Ante este escenario, pareciera que los únicos triunfos importantes de los políticos son los errores o los delitos de los políticos contrarios. La grieta sumergida en realidades parciales propone como ganador al que ve perder al otro, contando argumentando quién miente más, quién erra más, quién arruina más el país.

 

Hace unos años, decíamos  que el populismo «K» estaba dando pan para hoy y hambre para mañana, pero hoy sería un hipócrita al intentar convencer a millones de personas que están viviendo mal, de lo malo que era antes, cuando justamente vivían un poco mejor.

Es cierto que también me resulta repugnante escuchar definiciones como «persecución política» o justificaciones que avalan la corrupción como circunstancia de un modelo patriótico. Incomprensible para mi, leer los twit de aliento a Amado Boudou .

Defiendo la intolerancia a la corrupción, del color político que sea, pese a esto pretendo e intento hacer un esfuerzo por comprender a quienes justifican lo injustificable.

En este sentido y bajo el contexto de 12 años de relato, donde el fanatismo no fue visto como un límite, surge la necesidad de buscar respuesta a la postura fundamentalista de la corrupción. Para esto, recurro a un estudio realizado por el neurocientífico Facundo Manes que fue publicado en su libro «El cerebro del futuro». Manes nos dice: «Nuestros sesgos cognitivos son responsables de que, muchas veces, interpretemos la información de manera ilógica, que realicemos juicios irracionales y, por eso, tomemos decisiones desacertadas. Los sesgos cognitivos representarían mecanismos de reducción de la disonancia cognitiva y, en consecuencia, permitirían mantener una suerte de equilibrio mental en las decisiones y acciones. Uno de estos sesgos, justamente, es el denominado ‘sesgo de confirmación’, ya que se trata de la tendencia a buscar información que apoya las creencias u opiniones que sostenemos, mientras que evitamos reconocer las evidencias reales que las contradice”.

También recurro a las palabras del papa Francisco,  quien define a la corrupción; ésta “se convierte en una costumbre mental, una manera de vivir”. Así lo sostiene Pancho primero en su libro “Corrupción y Pecado», en el que advierte: “Pecador sí, corrupto no”. Y agrega que “la corrupción es el señor de los pecados que, en lugar de ser reconocido como tal y de hacernos humildes, es elevado a un sistema”, en el cual “no hay reconocimiento ni necesidad de perdón, el pecado se naturaliza y la cotidianidad justifica los comportamientos».

Ahora bien, ¿qué actitud debería tener la dirigencia política con el tema corrupción? ¿La sociedad puede mirar para otro lado como si nada? La respuesta resulta ambivalente.

Se puede constituir un espectacular simulacro que favorezca coyunturalmente los intereses de unos sobre otros, para llegar a poco o nada, culpabilizando sólo a individuos y no al sistema, sus estructuras y complicidades. Lo que también alentaría a los opositores a continuar con el fanatismo, la mentira, la apuesta al estallido social y el deseo de fracaso, cualquiera sea su costo.

O, por el contrario, se puede analizar como una gran oportunidad para regenerar conductas, modificar la legislación, y transparentar aún más el financiamiento de la política y el acceso privado a la obra pública.

Claro está que esto no es sólo un desafío para cualquier gobierno; el honor republicano y la calidad institucional deben asumirse como exigencia ciudadana, incrementando su peso valorativo a la hora de elegir representantes. El #NuncaMasDeLaCorrupcion.

La historia está escrita y tanto el populismo del los ‘90 como en el kirchnerismo fomentaron las malas costumbres institucionales. En coincidencia ambos llegan al poder en tiempos de crisis, obtienen legitimidad por razones económicas, gobiernan en base a un hiperpresidencialismo y cuentan con una oposición débil. Pudimos ver cómo la república se doblegaba frente a la discrecionalidad de poder.

Entonces, hay que decirlo con claridad: la cleptocracia de la que salimos, y que la Justicia hoy está confirmando, hubiese quedado impune si la fórmula Scioli-Zannini ganaba en las elecciones presidenciales de 2015. Esto no es menor y es para tener en cuenta.

Frente a estos antecedentes, hay que hacer un llamado a la reconstrucción de las expectativas de honestidad política y legitimidad democrática. Para el resto, la historia se encargará de hacer lo suyo y, ahí, puede que Cambiemos quede como una experiencia romántica de república entre dos populismos. O puede que sea el inicio de un cambio cultural basado en el aprendizaje colectivo de los errores, asumiendo las consecuencias que derivan de la falta de valores y las oportunidades desaprovechadas por la conducción de personas con capacidades morales diferentes.

Juani Domínguez, militante de la Unión Cívica Radical (UCR)