trompas de fortines, músicos del «desierto»

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Si la comunicación a distancia era lenta, también lo era en los fortines y en las rastrilladas o rondines diarios.  Pasar órdenes en una batalla campal, entre gritos, rugir de caballos y fragor de la lucha debe haber sido el desvelo y preocupación de muchos Jefes y Comandantes que recurrían a las banderas, los TROMPAS o los bombistos.

El trompa era un soldado, un músico en medio de la pampa destinado para ejecutar los toques de mando; ellos se encargaban de hacer conocer las órdenes del Jefe a través de diferentes melodías: una para montar, otra para desmontar, para ordenar el ataque o la retirada. Con el clarín, algo más pequeño y de sonidos más agudos que la trompeta, el trompa marcaba el toque de diana, toque de rancho, toque para carnear, ensillar, silencio o bandera, ordenando la actividad de toda la tropa.

Cuenta don Héctor del Valle en su milonga “Los Perros de los Fortines” que las clarinadas eran aprendidas hasta por  los perros fortineros, que tal como vigilantes, prestaban atención al “corneta” y su semblante –y el movimiento de su cola-, cambiaba según si el toque era para carnear o era un toque de reunión o retreta.

La vida en los fortines fue desangrada, siempre esperando, oteando el horizonte. Al alba, el trompa tocaba a diana, y los fortineros junto con la salida del sol, empezaban a trabajar en los pisaderos, cortando adobe para ladrillos, con el arado, haciendo chacra, sembrando alfalfa, cumpliendo con los rondines, esperando el toque para el almuerzo y volver a trabajar con las clarinadas. A la noche, sin descanso, había que patrullar atendiendo siempre las órdenes del clarín. Era tan importante el trompa en los fortines que en una ocasión el comandante del Cantón de Tapalqué pidió al comandante del Azul que por favor les enviaran un trompa porque no podía ordenar la tropa.

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La importancia del también llamado “corneta” fue tan reconocida en las campañas militares del Siglo XIX que su actividad era remunerada, cosa que no sucedía en la mayoría de los casos con el resto de los soldados. Así figura en los anales de Guerra  donde el Gobierno Nacional se comprometía a pagar “a un escribiente 15 Bolivianos, a un Lenguaraz de Mariano Rosas  también 15 pesos bolivianos y a un Trompa de Órdenes, 7 pesos bolivianos.

 

EL TROMPA LÓPEZ DEL FUERTE PAZ.

En la batalla, el trompa era el altavoz del jefe señalando cada acción, tocando a la carga o retirada, siempre muy bien montados y a distancia de voz del comandante, manteniendo con su Superior una relación de respeto y fidelidad retratada en muchas historias.

Tal es el caso del trompa López del Fuerte Paz, presente en un encontronazo con indios de Pincén el 27 de junio de 1872 cuando el teniente coronel Estanislao Heredia del 2° Regimiento de Caballería de Línea salió con 28 hombres del fuerte Gral. Paz que estaba ubicado en el actual partido de Carlos Casares,  al fortín Rifles hoy  partido de Bolívar.  Lucharon a sable, facón y bola durante media hora 30 veteranos sobreviviendo solamente el comandante Heredia, el teniente Montes y el trompa de órdenes López quienes consiguen salir del cerco de lanzas y correr con sus caballos hacia el fortín Rifles. Montes llega primero y desde el mangrullo ve cómo los indios se acercan al comandante y al trompa, que al ver boleado el caballo de su comandante se tira del propio y consigue cortar la bola pero ya era tarde y “más de cien lanzas los rodearon poniendo fin a la cosa”.

LOS TROMPAS DEL AZUL.

Los trompas eran muy necesarios en campañas y fortines, y es así que muchas veces, no se respetaban las Bajas una vez completado su Servicio al Ejército.

Así les sucedió a los gauchos del Tuyú, Melitón Rodríguez y Miguel Vivas.

Según daba cuenta su superior Enrique Martínez en “su papeleta”, el trompa Melitón Rodríguez tenía 37 años, era soltero, de pelo y ojos negros y prestó servicio en el 1° Escuadrón, 2° Compañía del Regimiento de Infantería 16 de Guardias Nacionales siendo “trompa” del fortín Azul. En 1860 regresa a su pago, de baja, pero después de la batalla de Cepeda, el gauchaje vuelve a ser convocado para ir a la frontera a detener a la indiada y Melitón Rodríguez es nuevamente reclutado.

Lo mismo le sucedió a Miguel Vivas, también del Tuyú y probablemente conocido de Melitón Rodríguez porque ambos vivían en el mismo Cuartel 3° del Tuyú, perteneciente a la 5° Compañía  del 2° Batallón del Regimiento de Infantería que fue convocado el 24 de Julio de 1861, a pocos meses de haberle sido concedida la baja. Ambos cumplieron la orden y volvieron al Ejército perdiéndose su paradero a partir del reclutamiento.

 

EL TROMPA MANZANARES DEL FORTÍN VALLIMANCA.

Otro caso es el contado por García Enciso sobre el trompa Manzanares del Fortín Vallimanca, ubicado a 50 kilómetros de General Alvear, hoy partido de Bolívar. Sucedió el 28 de febrero de 1864 cuando bien temprano de mañana, salió una partida de nueve soldados del Fortín a buscar leña y fueron masacrados por los indios a las órdenes de Carupán. Manzanares tocó Generala por orden del Capitán Márquez quién reunió a las familias de indios amigos dentro del fortín y salió con los 38 Guardias que tenía junto a Manzanares y el Teniente Francisco Morales, no sin antes haberlo autorizado a volver y hacerse cargo del Fortín en caso de que él muriera en combate. El trompa Manzanares fue pasando las órdenes: en marcha, terciar carabinas, desenvainar, escuadrón al paso, al trote y a la carga.

Seguramente los sones de clarín difundiendo cada orden se mezclaban con los alaridos de indios y gauchos entre ruidos de lanzas, bolazos, sablazos y disparos. El Capitán Márquez consigue acercarse al Jefe indio para matarlo y forzar el retiro de la indiada pero es herido de muerte. El Teniente Morales rescata a su capitán malherido y ordena tocar retirada al trompa Manzanares. Al ver que también se producía el retroceso de los indios, ejecuta nuevamente la orden ¡a la carga! consiguiendo hacer huir a los atacantes. Sin embargo, el trompa Manzanares muere, aferrado a su clarín, ejecutando la última orden.

Épocas de gauchos y fortines, soldados e indios; tiempos de zozobra y mala vida para todos los bandos, convencidos cada uno que luchaba por una causa justa; con verdaderos actos de valentía de unos y de otrosque muchas veces no fueron documentados. Hechos que llegan casi como cuentos increíbles transmitidos oralmente, historias como las de los trompas que con los sones estridentes de sus clarines despertaron a la gente y a los campos del desierto.

Bibliografía:

 

Por Lis Solé.