Un pueblo francés en Buenos Aires

- Publicidad -

El pueblo de Juan Francisco Ibarra, en Bolívar.

Por Lis Solé

Tercera historia que involucra a la familia IBARRA, UN PUEBLO FRANCÉS EN  BUENOS AIRES. Los Ibarra son una familia pionera alvearense que tuvieron y tienen aún campos en General Alvear en las tierras de los médanos de Santa Paula,  en los parajes de El Chumbeao y Santa Isabel. Sin embargo, no es más que el principio de una larga historia pues sus posesiones y acciones involucraron muchos partidos y cruzaron los mares. Historias increíbles que trascendieron lo familiar y son parte de la historia de los pueblos.

- Publicidad -

Muchas veces, los sueños se hacen realidad, pero no siempre. Algunos son pequeños pero imprescindibles; otros, son sueños que parecen imposibles, casi como demasiado pretenciosos pero que también suelen hacerse realidad.

Es el caso del pueblo Juan Francisco Ibarra, que recuerda el nombre de Juan Francisco Ybarra Otaola, en Bolívar. Su creador, Juan Francisco Ibarra Florido, era hijo de una familia de 25 de Mayo pero que nació en Buenos Aires en 1877, quizás escapando de las epidemias de su pueblo natal, lugar donde ya habían fallecido sus dos hermanas mayores.

Juan Francisco tenía campos que había heredado de sus padres en General Alvear (Santa Paula), en Bolívar (La Vizcaína) y en 25 de Mayo (San José) entre otras muchas propiedades, pero también poseía una cultura enorme y una educación exquisita, un doctorado en Filosofía y Letras y una relación amorosa y artística constante con su madre, Paula Florido, espíritu reflejado en cada detalle de su vida.

Su riqueza material no era comparable con su saber cultural. Dominaba varios idiomas y su vasta biblioteca distribuida entre la Asociación Musical de Bolívar y la Biblioteca de Urdampilleta (actualmente los libros están en Ibarra) y muestran una colección de más de 4.000 libros en francés, inglés, griego, alemán e italiano, algunos pocos en español, entre decenas de partituras musicales clásicas para piano y canto.

MIRAR EL FUTURO CON OPTIMISMO CREYENDO EN EL PROGRESO

¿Cómo explicar la construcción de este pueblo? Si se estudia la época en la que vivió, se encuentra a don Juan Francisco Ibarra como integrante de la Generación del 80, una época que se caracterizó por el optimismo y el convencimiento de un futuro generoso para Argentina con el que se sustanció seguro su pensar. La Generación del 80 creía ciegamente en el progreso, en el crecimiento económico y la modernización y para ello, el país debía estar en paz y en orden, síntesis del pensamiento liberal y conservador.

Quizás Juan Francisco Ibarra Florido, en este contexto de crecimiento, coincidiera con las ideas de Juan Bautista Alberdi cuando repetía que “gobernar es poblar” (en sus tierras vivían 2.200 personas), afianzando la civilización mientras la Argentina llevaba adelante un modelo agroexportador. En 1899, y ante el avance del ferrocarril, don Juan Francisco Ibarra Florido dona 56 hectáreas al Ferrocarril del Sud y alrededor de la estación, pronto se establecieron los primeros pobladores y changarines en ranchos de adobe que dieron origen al pueblo de Ibarra en 1902.

INSPIRADO EN EL PUEBLO FRANCÉS DE VITTEL

Los antiguos de Ibarra recuerdan a Juan Francisco como un señor canoso, serio y de andar ligero. Su infancia y juventud se desarrolló entre La Vizcayna (Bolívar) y San José (25 de Mayo) completando sus estudios universitarios en Buenos Aires en medio de viajes por Argentina y Europa donde vivía su madre, Paula Florido. Acompañado y apoyado por ella concluyó sus estudios en Filosofía y Letras; quizás Paula podría haberle sugerido que se hiciera cargo de las propiedades rurales heredadas pero lo conocía bien, sabía de su vocación hacia las letras y lo alentaba para que finalizara la carrera en la Universidad de Buenos Aires tal como sucedió en 1902.

Los campos heredados quedan en manos de administradores y con la renta, Ibarra mantiene una vida holgada junto a su esposa Justa Saubidet que lo acompaña en sus viajes por Europa. Entre esos viajes, se destacan  las estadías de verano en la aldea de Vittel, pueblo francés que quedó en el corazón de Juan Francisco y que intentó reflejar en el pueblo Juan F. Ibarra.

Vittel se encuentra en la región de Vosgos, en Francia, una región encantada de bosques y castillos, de pueblos de cuentos de hadas, con arroyos y viñedos donde el canto de los pájaros se mezcla con el ruido del viento entre las hojas de los árboles.

¿Cómo no inspirarse en esos pueblos hermosos y con dinero en mano no intentar reproducirlos en su tierra natal? ¿Cómo no dar forma a los ideales de la generación del 80 de cultura, bienestar y progreso? Quizás muchos dirán que mucho patrimonio tenía y bien algo podría donar algo, pero la empatía y la caridad no van de la mano de la riqueza sino de las intenciones del corazón.

“VOLUNTAD CREADORA A BENEFICIO DE UN VECINDARIO”

Para su inauguración en 1947, el diario “Pregón” de Bolívar publicaba: “El caserío de Juan Francisco Ibarra, un magnífico exponente de la voluntad creadora a beneficio de un vecindario”[i]. La población de Ibarra de más de 2.000 habitantes, vivían distribuidos en el campo o en las cercanías de la estación y del almacén de Ramos Generales de Ángel Vivanco, postal que se repitió en la mayoría de los pueblos de la provincia de Buenos Aires.  

Con ya casi 70 años, don Juan Francisco Ibarra se había entrevistado con unos amigos ingenieros de Buenos Aires que se unieron al proyecto con entusiasmo y así lograron construir un pueblo a semejanza de una aldea europea. Los ingenieros pertenecían a la Sociedad Colectiva “Petersen, Thiele y Cruz Arquitectos e Ingenieros”, empresa que subsiste hasta nuestros días siendo responsable de grandes construcciones en Argentina y también en el extranjero y la mano de obra, estuvo a cargo de una empresa local: “Naranjo Construcciones”.

Como tocado por una varita mágica el pueblo de una totalidad de 16 manzanas, se construyó en sólo dos años. Se comenzó a construir en 1945 y se inauguró en 1947. Cada detalle fue cuidadosamente planificado; los chalecitos tenían techos de teja con grandes jardines separados por cercos de ligustros al estilo europeo distribuidos en un semicírculo perfecto que rodeaba la plaza.

UN PUEBLITO FRANCÉS EN BOLÍVAR

Entrar es asombrarse. Se ingresa al caserío desde la calle que viene desde Bolívar, paralela a las vías del ferrocarril llamada la “Calle de los Plátanos”, una de las especies preferidas de Paula Florido.

A la derecha, yendo para la “María Luisa”, está el primer chalecito, la vivienda y  el taller mecánico de Antonio Bellomo y llegando a la esquina, el del herrero con la carpintería y la herrería.

Siguiendo por la “Calle de los Plátanos” paralela a las vías, se construyó la farmacia y el domicilio del farmacéutico y lindando, ya sobre la “Calle de los Olmos”, el consultorio con la sala de primeros auxilios y el garaje del médico.

Vecino del doctor, en el Lote VI, vivía el carnicero frente a la “Calle de los Árboles del Cielo” con una carnicería que disponía de cámara frigorífica y antecámara. Al final de la calle, se encuentra el Pozo de Agua comunitario de 105.000 litros que abastece a toda la población con un tanque auxiliar en la plaza de 35.000 litros que proveía agua y electricidad a la totalidad del caserío.

Enfrente de la carnicería, cruzando la “Calle de los Olmos”, el zapatero remendón, junto a toda su familia y vecinos, el almacenero, que atendía un mercado pegado a la panadería del Sr. Real. El panadero tenía el local de expendio de pan y masas de confitería y atrás de la casa de la familia, una panadería completamente instalada con sus hornos y mesadas. En la esquina, el infaltable correo, tan importante en esos años cuando las noticias llegaban vía carta o telegrama despachados en los trenes diarios que unían Empalme Lobos, Carhué, Guaminí y tantas otras estaciones intermedias.

ASOMBROSAS CONSTRUCCIONES ENVIDIA DE MUCHOS PUEBLOS

Cuando su inauguración, en el Pregón, el columnista describía el objeto de semejante obra con el objeto “de proporcionar a los colonos de la zona comodidades y esparcimiento” y al final aseguraba que la iniciativa proporcionaba “un ambiente para trabajar con provecho mientras se goza de un sosiego campesino”: un proyecto idealista y casi inexplicable.

Jorge Pérez y su señora Olga, pertenecen a las familias originarias y con verdadero amor y cordialidad cuentan la historia del pueblo y ofician de guías de turismo contando anécdotas y recordando a los pobladores intentando encontrar, al igual que los viajantes, el porqué de la existencia del pueblo.

Siguiendo el recorrido por las calles de tierra del pueblito, se llega a la siguiente esquina sobre la “Calle de los Paraísos”, donde se encontraba la peluquería y enfrente, justo dando a la Estación del ferrocarril, el Hotel del Sr. Alcoba, una magnífica construcción de dos pisos, centro de un parque extenso con una cancha de Pelota vasca, emblema de los pueblos vascos, envidia seguramente de muchos pueblos por su tamaño y hechura, lugar donde se jugaron y ganaron muchos torneos, medallas y trofeos que se guardan en el Club[ii].

Siguiendo por la “Calle de los Plátanos”, en el Lote 1, se alza el Destacamento Policial, fin del caserío que completaba 15 construcciones además de la Escuela que data de 1916, construida en un principio en barro y paja y reconstruida en 1924.

Falta visitar “El Club” que se encuentra en la plaza principal y con el frente a la estación, donde se construyó el Centro Recreativo con un gran patio con juegos infantiles, hamacas, columpios, paralelas, toboganes, argollas y demás objetos deportivos así como una cancha de tenis, otra de básquet y dos de bochas. El Club está construido con materiales de primera calidad y al decir de los pobladores, fue demasiado para el pueblo porque no era necesario ese “Club con tanta cantidad de baños… pero no tenía mezquindad y lo hizo (…) Todo fue hecho a la alta escuela y que no faltara nada… ¡Mirá que en el Club donde está el escenario están los camarines para los artistas con sus correspondientes baños y todo!” (José Bruno).

Sobre la “Calle de los Fresnos”, atrás del Caserío, se encontraba el “Campo de Deportes” con dos canchas de fútbol, una principal con vestidores y baños y otra secundaria para prácticas, centro de reuniones comunitarias ya que los torneos de fútbol convocaban a todo el vecindario.

Sin dudas, nada había quedado al azar.

LA PÉRDIDA DE ORIGINALIDAD Y PRESERVACIÓN DEL ESTILO

Realmente un sueño cumplido. Pero no del todo. Las casas donadas por don Juan Francisco Ibarra no se escrituraron en su momento por lo que a su muerte, su hijo Néstor Ibarra procedió al remate a cargo de la firma de Adolfo Bullrich y Cía.

Muchos de los habitantes compraron la propiedad donde habían vivido durante años pero otros decidieron mudarse e invertir en Bolívar; las escuelas N° 12 y N° 14 que llegaron a tener 100 alumnos cada una empezaron a despoblarse.

Abandonado por sus dueños, el pueblo ha perdido la “estampa de turismo” de sus años de esplendor y cuidado de cuando el parquero vivía en una casita en la plaza principal y se encargaba de mantener los cercos de ligustros, las plantas de las avenidas y el césped de los parques.

“GANARSE LA LLAVE” DE LA TIERRA

En la historia de Bolívar se destaca que sobre los campos de Ibarra se realizó la más importante subdivisión que hubo en el partido y que involucró más de 40.000 hectáreas. A partir de 1940, Ibarra decidió propiciar un sistema de arrendamientos que finalizaba  en compra con el pago de cuotas durante 10 o 15 años y que originó para el propio Ibarra, una pérdida de unas mil hectáreas anuales. Como bien dijo un vecino “el que aprovechó la oportunidad, se quedó con el campo” ya que si bien nada es fácil para nadie, finalmente el chacarero terminó con el título de propiedad obteniendo la ansiada “llave”, fruto de su esfuerzo personal y el de su familia.

Lamentablemente, los sueños de Juan Francisco Ibarra no se mantuvieron en el tiempo y el pueblo sobrevive entre la frustración y la esperanza de una decena de habitantes nostálgicos. Las calles con bulevares de plátanos, álamos y fresnos, dan cuenta de una urbanización esmerada y recuerdan la exquisita decoración de “Parque Florido” en Madrid, la educación policultural de Juan Francisco Ibarra Florido y los ideales de la Generación del 80 que llevó a la Argentina a ubicarse entre los países mejores del mundo.

LUGAR DONDE SÓLO SE MARCAN LAS HORAS FELICES

El constructor del pueblo, está presente con sus deseos de esperanza y optimismo al igual que todos los que habitaron y trabajaron en el paraje. Los caminos rurales saben de polvaredas y perseverancia, de sacrificios, de alegrías y tristezas. En lo alto de la torre de la plaza está grabado un reloj de sol con un mensaje propio de un poeta: “Solo marco las horas felices”.

Y es cierto. Las acciones y horas felices enriquecen el corazón, siguen vivas a pesar del paso del tiempo, se aparecen en las pintorescas calles de Ibarra y para regocijo del alma, recuerdan que tal como en esos pueblitos franceses que lo inspiraron, aún siguen naciendo las hadas.

Fuentes consultadas:

  • Diario Pregón de Bolívar de 1947. Gentileza Raúl Peret de “La Revista de Archy”.
  • Peppino Barale, Ana María. Paula Ibarra Florido. Identidad relegada. 2011.
  • Cabreros, Oscar. Después de las lanzas. Editorial Corregidor. 1991.
  • Archivo Histórico de la Ciudad de Bolívar.
  • Museo Paula Florido de Veinticinco de Mayo.
  • Entrevistas a los pobladores de Ibarra Jorge Pérez, Olga Gourdon, Marina Martín, Adriana Porcaro, Mirta Farace.
  • Los Ibarra de Bragado. Página Web.

[i] Diario “El Pregón” de Bolívar de 1947.

[ii] Actualmente, el Hotel pertenece a la Iglesia Católica y es la Casa de Retiro del Cura Brochero.