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La muerte de Emanuel Balbo fue casi un linchamiento, ante la indiferencia de todos, y hasta algunas sonrisas

<![CDATA[Emanuel Balbo, apenas 22 años, hincha de Belgrano, no murió por azar, accidente, descuido. Emanuel Balbo estaba condenado de antemano. Las fotos y las filmaciones no mienten. Desde antes del comienzo del partido, inocente, entró en un callejón sin salida. De pronto se sintió empujado por muchos hinchas que lo fueron llevando hasta el paraavalanchas, y después hasta el límite: el borde de la pared fatal. Cuatro o cinco vándalos lo levantaron en vilo mientras gritaban: "¡A este hay que tirarlo, hay que tirarlo!". No pudo defenderse. Cayó al vacío. Poco importa si lo arrojaron o, al verse perdido, se tiró para librarse de la turba. Sólo importa que está muerto. Llegó al hospital con muerte cerebral, y el lunes se apagó la última luz de esperanza. Pero volviendo a las imágenes, algo espanta tanto como su muerte: las caras y los gestos de los muchos testigos que rodeaban la escena. BASTA DE VIOLENCIA Un testigo dice que "el grito fue premeditado" Un gran testimonio de La Voz del Interior: un hincha de Belgrano que vio todo de cerca en la tribuna y contó cómo se generó la muerte de Balbo. "Yo lo escuché gritar 'este culiado es de Talleres' y automáticamente lo empezaron a agredir, no dio tiempo a nada". El caso conmueve, sigue asombrando aún en un país en el que estamos acostumbrados lamentablemente a los casos de violencia. Emanuel Balbo murió yendo a la cancha a ver a su querido Belgrano. Por una vieja historia vinculada con la muerte de su hermano, el supuesto asesino que él identificó en la tribuna gritó que él era de Talleres para que lo atacaran y la locura del fútbol generó eso, que lo acorralaran y que terminara cayendo en un golpe casi mortal. Este lunes, La Voz del Interior recogió un testimonio trascendente, que confirma la versión de la familia de Balbo: que el grito de “es de Talleres” existió y que a partir de ahí, el ataque en la tribuna Willington se hizo incontrolable. Y que tristemente terminó en lo que terminó. "Yo estaba a 15 metros y lo escuché gritar al cobarde, asesino hijo de puta, yo lo escuché gritar, perdonen la palabra, 'este culiado es de Talleres'. Yo lo escuché como lo escuchamos los que estábamos en la Norte. Este cobarde estaba con un grupo de "gente" que automáticamente lo empezaron a agredir y no dio tiempo a nada. Fue premeditado, lo que se gritó se gritó totalmente premeditado. Si era de Talleres, ¿qué pasaba? Era un ser humano. Esto no tiene nombre". Tiene mucha razón. A pesar de la inminencia del drama, del casi seguro y negro final, no se advierte en ninguno una señal de estremecimiento, de estupor, de miedo ante el inevitable destino de Emanuel Balbo. Sólo se ven miradas de curiosidad, como quien contempla algo de escasa importancia. También, de indiferencia. Como si ese acto de violencia en el ámbito del fútbol formara parte natural del hecho, el paisaje y el escenario. Y peor aún. En algunas caras hay sonrisas. ¿Qué le está pasando a esta sociedad? ¿Qué nos está pasando? Un hombre empujado a la muerte ante otros hombres incapaces de detener ese acto brutal no es un hecho aislado. No pertenece únicamente a un domingo, a un estadio, a un partido de fútbol. Exhibe y denuncia una profunda enfermedad social. De larga data en el fútbol, por cierto. Y siempre rematada por el hipócrita latiguillo: "Algo que no debe repetirse". Con un doble cachetazo en un Domingo de Pascua… Porque ese partido, ese Belgrano-Talleres que empezó con linchamiento y terminó con muerte… ¡no debió jugarse! La mínima decencia humana exigía la suspensión. Pero el negocio es más fuerte. La otra cara de la tragedia.]]>

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