Cambiemos en la UCR

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Sin dudas el aporte que el radicalismo ha hecho a la alianza es sustantivo. No resultaría ilógico decir que sin el radicalismo el PRO hubiese quedado en tercer lugar en el 2015, detrás de Frente Renovador, o en caso de ganar solo, no hubiese logrado sacar las leyes más importantes en sus 3 años de gestión y mucho menos convertirse en el primer gobierno no peronista en terminar su mandato desde Alvear. La sociedad buscaba la polarización y el partido que podía aportar lo necesario para que eso se lograra era el radicalismo. El gobierno necesitaba legitimidad y federalismo, y el radicalismo estaba ahí para sostenerlo. Solos no alcanzaba, pero juntos fue difícil.

La UCR sigue siendo un partido de estima dentro de la sociedad argentina, negarlo sería absurdo. Pero esa estima es insignificante en términos electorales. Esto lo tiene muy en claro el PRO que, casi sin costo político, nos arrinconó a aceptar los ministerios que ellos creían conveniente que nosotros manejemos y nos fotografió y desechó en cuánta mesa invento en todo este tiempo. Pero más allá de cualquier análisis a posteriori, está en claro que el radicalismo debía hacer lo que hizo y este arrinconamiento no se debe al “tacticaje electoral”, que no podía ser otro. Se debe a cómo llegamos, como organización política, al 2015.

Al 2015 llegamos con UNEN, que resultó ser una alianza con nulo consenso en sus cúpulas, moderada aceptación en las bases y muy poco margen de credibilidad en la sociedad. Destinada al fracaso, a pesar de algunas coincidencias discursivas. Pero también llegamos con tres líderes: un líderazgo insuficiente, porque la sociedad no lo conocía: Ernesto Sanz; otro líderazgo inaceptable por su alto porcentaje de conocimiento, pero también su alta imagen negativa: Julio Cobos; y un liderazgo inútil cuya única habilidad consiste en ser heredero de un apellido: Ricardo Alfonsín. Los caminos que podíamos recorrer eran pocos, estuvo bien elegido el que nos tocó transitar. La cuestión fue cómo lo caminamos.

Con las cartas sobre la mesa, resulta fácil el análisis. El radicalismo en términos de representatividad salió fortalecido: hoy tenemos tres gobernaciones, dos vicegobernadores, nueve capitales provinciales y aumentamos un 25% nuestras intendencias en todo el país. Fuimos partícipes principales del freno al monopolio político al cual parecía estar condenada la Argentina; frenamos el efecto Venezuela en la región; se planteó una estrategia de lucha contra el narcotráfico y la corrupción, por primera vez en muchísimo tiempo; en la política se volvió a pronunciar la palabra alternancia y por sobre todo, se ganó la disputa en territorio bonaerense, donde habitan casi 17 millones de argentinos.

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Hace algún tiempo la duda era si se podía sostener la alianza “Cambiemos” en el tiempo, tanto por la disparidad y asimetría histórica-electoral de sus miembros como por lo efímero que resulta su nombre, hijo del marketing electoral o de alguna cabeza ingenuamente optimista que creía que el cambio solo consistía en ganar el 10 de diciembre . Con esa incógnita latente caminó este golem, cuya forma fue gestada en un laboratorio político pero su ánima fue otorgada por una sociedad cansada del populismo.

Desde marzo de 2015 en Gualeguaychú hasta hoy no hubo frenos en el recorrido político de Cambiemos. Su rápida construcción, el agitado calendario electoral, la búsqueda permanente de acuerdos legislativos, los espasmos antidemocráticos de la oposición, los errores propios y el asedio de la economía doméstica desarmó cualquier intento de institucionalización del frente. Alcanza solo un acercamiento a la mesa de decisión para darnos cuenta que, en términos de madurez política, Cambiemos sigue en el mismo estado que hace 4 años, pero no todos siguen igual. Los que cambiaron fueron sus miembros, principalmente el radicalismo.

El PRO sigue apoyado en las mismas 4 patas de su mesa, la carta del menú la sigue sirviendo su consultor estrella Durán Barba. Su estética involuciono, perdió identidad como partido, la Fundación Pensar resultó ser un castillo de arena que no resistió la subida de la marea, descarto y desmereció por igual a fieles e infieles, a útiles e inútiles. Sin criterio aparente y sin visión, desató muchos nudos de su construcción política.

La Coalición Cívica, por no decir solo Carrió, fue presa de su lógica personalista. Su ego pudo más que la responsabilidad. Siendo un partido unipersonal, y por lo tanto más maniobrable, resultó ser el más rígido. Esa rigidez desencadenó en que sus luchas y afrentas, que algunas veces resultaron a favor de su electorado, dañaron en varias ocasiones el tejido de Cambiemos. La extorsión mediática fue su espada y no pudo construir nada territorial a pesar de haber conseguido colar muchos nombres en las listas del 2017.

Respecto a la UCR podemos decir que cambió los liderazgos políticos previos a la conformación de Cambiemos por liderazgos territoriales. De esa forma perdió visión estratégica pero ganó poder de acción. Jubiló, en buena parte, a sus nostálgicos y ensayo una estética más moderna, sin perder identidad, haciendo la apuesta más inteligente por el sello Cambiemos. Fortaleció perfiles de Gestión y ensayo varias candidaturas novedosas. Dejo de interesarse, exclusivamente, por el calendario necrológico y volvió a meterse, principalmente con los gobernadores, en el barro de la realpolitik. No sé detuvo en las falencias del frente, sino que caminó y absorbió, en muchos casos, lo mejor de sus aliados. Sin dudas, aprendió más que lo que enseño. Pudo acompañar, construir, marcar límites y revalidar el título de aliado necesario, pero por sobre todo se transformo en un aliado confiable. El radicalismo entendió que Cambiemos, en caso de sostenerse por más de un periodo, puede ser un estadio superior en la evolución de la UCR.

LA UCR EN CAMBIEMOS

Los gobiernos se equivocan y toman medidas erradas, no importa si son propios o ajenos. Mantener el equilibrio y la coherencia dentro de un gobierno de coalición es sumamente complejo cuando se hace por primera vez y, aún más, si no se es la fuerza principal. Durante mucho tiempo el rol en el cual nos colocó la sociedad, debido a nuestra incapacidad como alternativa, fue el de comisario político de los oficialismos. Naturalmente es el rol que le resulta más cómodo a aquellos radicales que estuvieron sentados en las butacas de la oposición durante tantos años. Se convirtieron en denunciadores crónicos, pero sin capacidad de fuego ni vocación de poder. Hoy somos concientes que esta vez nos toca ser parte del gobierno y no optamos por ser la fuerza que erosione, por segunda vez, la oportunidad de demostrarle a la sociedad que no solo es el peronismo quien puede gobernar la Argentina. Sabemos que las reglas de un gobierno de coalición nos hacen solidariamente responsables respecto a las decisiones que toman otros e intentamos actuar en consecuencia.

En el camino de la responsabilidad y el acompañamiento nos urge transformarnos nuevamente en un Actor Político, la premisa es no perder la iniciativa. Como pudimos, colamos una agenda legislativa moderna, con leyes ejemplares como la ley Justina, la de urbanización de villas, tuvimos un papel fundamental para la media sanción de la legalización del aborto y en la aprobación del uso del cannabis con fines medicinales. Si bien el sabor es a poco, esto solo debe ser la punta del ovillo y es fundamental armar equipos técnicos legislativos. Estar dispuestos a proponer es una obligación y ya no podemos seguir excusándonos en la mayoría automática del kirchnerismo en las cámaras, ni escondernos solo en leyes relacionadas a la ampliación de derechos individuales, debemos hablar de coparticipación, autonomía municipal, aborto, lucha contra el narcotrafico, control de fronteras, soberanía energética, etica pública, medio ambiente, transparencia del estado, regulación de empresas prestadoras de servicios públicos, matriz productiva etc. El rol desde las gobernaciones y de las intendencias debe ser tajante en cuanto a control del gasto fiscal. Para tener autonomía política necesitamos no depender del financiamiento nacional. El partido tiene que trabajar en herramientas de gestión para ayudar a nuestros ejecutivos. Es prioritario que el partido gaste en contratar a los mejores para ayudarnos a ser los mejores. No basta con escuchar a los que ocuparon cargos en el 83. Hay que escuchar extrapartidarios afines y no afines.

Está claro que “Cambiemos” en el ámbito nacional no está funcionando como funciona un gobierno de coalición. Pero no sería acertado decir que Cambiemos no tenga utilidad para la UCR o que la UCR no sea útil para el frente. La geografía política de las provincias que se dibuja en el ámbito del poder legislativo le otorga a la UCR un peso excepcional dentro de la alianza. Ya no se trata de la “estructura electoral” que tiene el partido en todo el país. Se trata de un efectivo ejercicio federal del poder, solo superado por el peronismo. La UCR también está gobernando, la necesidad es mutua y la oportunidad que genera seguir juntos es incuestionable.

La provincia de Buenos Aires.

El territorio que nos toca caminar es el más importante del país y de cuyo futuro no dependen solo los bonaerenses sino el total de la población argentina. Es el distrito más importante en términos de población/electorado, producto bruto interno y, además, en necesidades básicas insatisfechas.

Por casualidad o política, la provincia fue ejemplo de funcionamiento para el frente. La dupla, construida en tiempo de descuento, con Vidal a la cabeza y Salvador secundándola, resultó ser la más heterogénea y funcional de todo el frente. El vicegobernador, y también presidente del Comité Provincia, construyó institucionalidad sobre las ruinas de un partido, estableció equilibrios internos, gestionó con y, por sobre todo, para los intendentes. Quedaron pendientes desaciertos en el inicio, donde las diferencias internas del pasado nos dejaron afuera de los espacios de poder dentro de los ministerios.

El miedo de algunos era ser consumidos por el PRO bonaerense, y antes del 2015 las noticias eran que año a año intendentes dejaban de formar parte de la UCR para unirse a otras fuerzas políticas. Hoy el foro de intendentes está fortalecido y los legisladores actúan en consecuencia a su responsabilidad. Donde hubo un grupo interno cuidando sus lugares en las bancas hoy hay un partido creciendo.

Pero no todo es perfecto, el contrapunto a la institucionalización es la falta de crecimiento de figuras políticas, mediáticas y con perfil electoral. El radicalismo nacional se está fortaleciéndo en la periferia de los centros políticos, y es posible que a los radicales bonaerenses, como en su momento a los porteños, nos toque pagar ese crecimiento, no por lo que se hizo bien o mal, sino por no tener figuras que le hablen a la sociedad, y no solo a Cambiemos y al partido. Esta claro que el nacimiento del frente no estuvo supeditado a la existencia de Cambiemos en Buenos Aires, pero posiblemente su continuidad lo esté. Dijimos que una virtud fue haberse transformarnos en un socio confiable, pero a esta mesa la sostienen otras 2 patas.

De cara al próximo cierre de listas, que el radicalismo no pueda hacer pesar lo logrado es una posibilidad. Por esa razón se debe considerar este cierre como una bala de plata. La continuidad de un proyecto político debe ser prioritario, por eso se debe ponderar lideres por sobre equilibrios internos, jóvenes por sobre viejos caudillos, territorio por sobre comité, estima social por sobre renombre partidario.

Autor: Emir Ayala