«El apropiado, hasta que no descubre la verdad, es un muerto viviente»

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Claudia Rafael

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Tiene 37 años. Lleva un apellido que no es el propio y cargó, durante toda su vida, con un relato falso sobre su origen. Padeció por largos años una alergia respiratoria quizás -se explica hoy- «producto de tantos años de ahogo, disciplinamiento y control obsesivo sobre mí». Agustina Villarreal habla por primera vez con un medio periodístico a tres meses de saber que había sido apropiada. Buscó y encontró a su madre biológica quien creyó durante esos 37 años que ella había muerto en el parto. Hoy hay una causa en el fuero federal que busca develar el entramado que generó que hubiera otros bebés, como ella, con historias similares, nacidos todos en el Hospital Municipal de Olavarría. Tiene dos hijos: una nena de 13 y un varón de 8. La nena le dijo -tras leer la nota publicada en este diario el 16 de febrero sobre la historia de su mamá- que cuando fuera grande será abogada. «Creo que tenemos que colaborar como sociedad. Porque es una lucha social. Yo soy una más entre tantos niños y niñas apropiados», asegura. Hoy sabe que no es hija de desaparecidos, como creyó en un inicio, aunque tuvo pesadillas similares a las que tantas veces escuchó relatar a jóvenes apropiados durante el terrorismo de Estado.

-¿Cuándo empezaste a notar cosas que no te cerraban?

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-A los 8 años empecé a pensar que podía ser adoptada. Lo primero que hice fue buscar la libreta de matrimonio de Susana y Víctor y vi que estaba inscripta. En ese tiempo, entre los 8 y los 9 años, tenía muchas pesadillas. Y un momento clave fue, para mí, la muerte de mi abuela y digo mi abuela porque fue una persona que me dio mucho afecto… Ahí empecé con muchísimas pesadillas. Después, más o menos por el 2007, ya había empezado a investigar y sospechaba que no era hija de estas personas. Y me marcó muchísimo cuando vi en Televisión por la Identidad la historia de Juan (Cabandié). El también tenía ese tipo de pesadillas. Y empecé a sentir que había algo raro en mi propia historia…

-De todos modos, tu búsqueda interior había arrancado antes…

-Sí. Había algo que no me cerraba en mi vida. Y empecé a buscar fotos del embarazo pero no había. La respuesta era que se las había llevado la inundación. En el 2011, durante una Navidad empecé a preguntar y a preguntar y el hermano de Susana me abrió una puerta cuando me dijo que yo tenía que seguir preguntando. Sentí que alguien me había podido escuchar.

-¿Cuándo fuiste a Abuelas de Plaza de Mayo?

-Hacia 2012. Y me angustié muchísimo. Yo sabía que había cosas ocultas. Lo sentía. Porque además, no tenía un vínculo afectivo con mis apropiadores. Y cada vez sentía más rechazo. Y el día en que fui a Abuelas se me produjo un shock. Lloraba, no podía hablar. Iniciaron mi legajo en Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad). Desde Conadi me dijeron que tanto en el Hospital como en las clínicas no habían dado información y la respuesta que recibían era que a los libros de registro se los había llevado la inundación. En Conadi me dijeron que había algo raro y yo seguí insistiendo. Susana relataba su parto con 7 puntos de episiotomía, incluso cuando yo ya tenía iniciada mi causa en Conadi. Cada vez que yo me volvía muy pesada con mis preguntas, ellos viajaban. Y en un momento insistí mucho y presioné con que era un delito federal y que me parecía que tenían que decir la verdad. Entonces por teléfono, después de muchas insistencias, Susana lo reconoció y me dijo: «no sos hija nuestra». Le pedí a una amiga que se quedara con mis hijos y fui a hablar personalmente con ellos. En ese momento, los dos se pusieron muy agresivos y él me decía «¿qué es eso del derecho a la identidad? ¿sos kirchnerista?» como si el derecho a la identidad estuviera ligado a una orientación política. La verdad es que yo no lo podía creer. Pero a la vez me alivié mucho. Porque dije: «por suerte no tengo estos padres». Ahí, en parte, empieza a cambiar mi historia.

-Volvamos para atrás en el tiempo. Dijiste que tus primeras dudas arrancaron a los 8 años… previo a esa edad, ¿qué recuerdos afectivos tenés de ellos?

-Creo que siempre fui muy consentida. Se me ocurría algo y me lo compraban. Pero en realidad, afecto… creo que el más grande que tuve fue el de la madre de Susana. Después… de mi infancia recuerdo a mis amigos. Cuando salió todo esto a la luz, me empezó a llamar gente de mi infancia, de Olavarría. Entonces supe que las personas del barrio sabían que yo no era hija de ellos. En esa época había un programa, Clave de sol, en que había una chica que era adoptada y me contaron que cuando en el barrio hablaban de eso, hablaban de mí. De un día para el otro nos fuimos de Olavarría, y cuando mis amigos llamaban a lo de mi abuela para pedir el teléfono, ella tenía como prohibido darlo.

-Vos planteás que ellos no lograban vincularse con vos desde lo afectivo. ¿Por qué creés? Porque se contradice con el deseo profundo de tener una nena…

-Hay mandatos sociales. Y socialmente, deben haber tenido una mirada que los afectaría. De hecho estas personas han armado una vida para lo social. E incluso, me ha pasado que en este tiempo, cuando yo conté mi historia, hubo quienes me dijeron: «¿cómo lo contaste? Ahora la gente se va a enterar». Y si lo conté es porque fue natural hacerlo, estoy feliz. Y para mí es un antes y un después. Porque es liberarse de muchas otras cosas.

-¿Qué pasó con las pesadillas?

-Se fueron cuando tomé la decisión de ir a Conadi.

-Una vez que se comparó tu ADN con los datos del banco genético y dio negativo. ¿Qué te pasó a vos? Porque supongo que estarías más que convencida de que eras hija de desaparecidos…

-Cuando apareció Ignacio Guido (Montoya Carlotto) me llamaron de Conadi y me pidieron por favor si me podía hacer el ADN y en septiembre de 2014 me lo hice en el Hospital Durand. A los dos meses me llegó el resultado, que era negativo. Fue un momento clave porque, además, decidí contarlo y se desataron muchas situaciones complicadas. Me cuestionaban «¿quién te pagó la universidad?», «todo lo que pagamos por vos»… Gradualmente, decidí cortar la relación. Como psicóloga vincular siempre intenté dar lugar, vincularme, escuchar, pero supe que tenía que hacer un corte. Porque era la única forma que tenía de sentirme libre. Cuando alguien no acepta la realidad, no acepta el delito que cometió, es capaz de cualquier cosa. Pero yo sabía que en algún momento mi verdad iba a salir a la luz.

-¿Cómo llegaste al nombre de Estela?

-Me lo dijo Susana, aunque me dio un dato erróneo diciendo que era de Bolívar. Y yo no le creí. No sé por qué razón lo primero que asocié es pensar que lo más cercano a Olavarría era Azul. Busqué por el apellido y así fue.

-Es decir: nunca vivió en Olavarría. Simplemente fue a tenerte al hospital de Olavarría.

-Exactamente. Con lo cual uno se puede preguntar por qué Olavarría.

-No por casualidad, los nombres y apellidos, en ciertos casos, incluyendo el de Ignacio Guido se repiten…

-Me acuerdo de que cuando fui a Abuelas, cuando apareció Guido, los datos que aparecían en común son: un acta firmada por Forte (del Registro Civil) y la firma médica, que había sido la de Borzi que tenía un socio que era quien había firmado el acta de Guido… Acá hay mucho por investigar. Y estas dos personas no son víctimas de nada. Sabían lo que estaban haciendo. Y tenemos que enfrentar que no hay adopciones ilegales. No existe ni siquiera como término. Hay apropiaciones. Y creo que en algún momento, habrá que asumirlo socialmente.

-¿Qué te pasó con tu familia biológica?

-Cuando fui a conocer a Estela, ella me relató que le dijeron que estaba muerta. Aparecí de la nada en su casa, en Tapalqué, sin avisar, sin llamar. Me abrió la puerta un hombre, que era el marido. Me ofrecieron pasar y sentí que Estela me miró como si hubiera visto un muerto. Me miraba y era como que no podía creer lo que estaba viendo. Le dije que había estado buscando mi origen y me fue contando lo que le habían dicho. Después mantuvimos diálogos telefónicos y cuando inicié la causa penal, le pedí si podía hacerse el ADN y no tuvo ningún problema. Estaba muy contenta de hacerlo. Y finalmente dio positivo. Le contó a sus tres hijos. Empecé a contactarme vía Face con ellos. Y mi padre supuesto, porque será así hasta que compruebe con un ADN, murió, tuvo dos matrimonios. De los que tuvo cinco hijos. Uno de ellos accedió a hacer el ADN en el momento en que sea necesario.

-Imagino que uno en esas circunstancias busca parecidos físicos. ¿Los encontraste?

-Uno a veces no mide lo que hace. Mi hija es muy parecida a mí cuando yo era chica. Yo le mostré a mi hijo Benicio una foto de mi hermana, la hija de Estela, de cuando era chica. Y él me dijo: «mamá, sos vos». No, le contesté. «Entonces es Morita». Era una foto de cuando mi hermana tenía 3 ó 4 años. Las tres somos muy parecidas.

-Pasaste de repente de hija única a hermana mayor.

-Igualmente soy muy cautelosa. Me parece que cada uno tiene sus tiempos. Lo digo porque mis apropiadores no respetaron mis tiempos y creo que hay que respetar al otro y sus sentimientos.

-¿Cómo llegás vos a manos de tus apropiadores?

-A Susana le dieron inicialmente una partida en la que no figuraba el nombre de ella sino el de Estela. Lo que ella pide entonces es que le cambiaran la partida poniendo el nombre de ella, con la dirección de mi casa, como que hubiera sido un parto domiciliario. Yo nunca había tenido acta mía de nacimiento. La tuve cuando me la mandaron desde Conadi. Tenerla fue muy fuerte. Hice muchas copias de mi acta.

-¿Hubo explicaciones?

-Que no podían tener hijos. Que llamaba sistemáticamente al Hospital para ver si aparecía un bebé. Y yo le pregunté… ¿esto a cambio de qué? Y ahí salta Víctor diciendo «nunca te compramos». Y lo siguió repitiendo. Ahí yo hice otra interpretación.

-¿Cuál?

-En realidad, que alguien vaya a buscar un bebé sistemáticamente, que llame, que pregunte y luego lo retire, implica planificar algo. Y que alguien me diga que no me compró cuando hubo una planificación anterior, da la pauta de que había otra cosa. Porque además, habiendo conocido otro caso que se hizo público antes, bajo los mismos mecanismos, tuve la pauta de que era como moneda corriente. Luego supe que el día antes de que me fueran a buscar a mí, habían dado otro bebé a otra familia.

-¿Qué edad tenía Estela cuando te tuvo?

-16 años. En una jornada de la UBA con la Universidad de Barcelona de la que participamos en estos días con mi abogada, Mariana Catanzaro, se analizaba que estas situaciones de apropiación se dan en menores de edad, en mujeres con muchísimos hijos, en parejas que son muy jóvenes y tienen otro proyecto y en gente que no tiene recursos económicos. El robo y venta de bebés tienen que ver con eso. Pero lo que se planteaba en la jornada era que, hasta que uno no descubre su origen, es como un muerto viviente. Los apropiados, hasta que no descubrimos la verdad, somos eso. En algún punto me quedé pensando que tal vez sea así porque mi vida cambió por completo. Siento que me saqué de encima muchas cuestiones que no me correspondían. Mi vida se constituyó con muchos años de disciplinamiento. Porque no me parecía a nadie. Ni a Susana ni a Víctor ni a nadie. Y cuando no te parecés a nadie y estás rodeada de gente que vive para lo social, lo que te queda es el disciplinamiento. Pude salir de eso. Y hoy puedo revisar un montón de cuestiones que no me gustan ni para mí ni para los vínculos que tengo. Pero lo puedo hacer ahora. Cuando vulneran un derecho tan constitutivo de la persona es como que no existís. Esto de «¿quién te creés que sos?» es hablar de una no existencia mía.

-¿Qué habrá en tu elección de psicología como carrera de todo esto?

-Supongo que mucho. Ya en la universidad me planteaba qué habría de la alergia que arrastré desde siempre con todo lo vincular. Tenía una alergia respiratoria. Que indudablemente era producto de tantos años de ahogo, disciplinamiento y control obsesivo sobre mí. Creo que las personas que se apropian de la vida de otros tienen mucho de control. Por miedo, por si sale algo a la luz, por una obsesión por el otro.

-¿Cómo avanza la causa penal?

-Avanza bastante rápido. Y a través del ADN se corroboró la apropiación más otros delitos penales. Pero hay un compromiso mío y no sólo mío de seguir avanzando pero no sólo en mi causa. Después de que Mariana salió en los medios aparecieron otras personas a preguntar, a plantear dudas. Y me parece que todos, más allá del miedo circundante de hacer estas denuncias, tenemos que colaborar. No podemos silenciar todo esto.

-Es decir, acá queda en claro que hay gente en el hospital, que trabajaba en aquellos años, que conoce situaciones, haya sido o no partícipe de ellas…

-Se está investigando. Los testigos han dado muchos datos. Muchos testigos eran familiares de Susana y de Víctor. Yo siento que me tengo que comprometer y, de hecho lo estoy haciendo, en colaborar con otras personas que están buscando su origen. Porque hay una brecha muy grande entre los hijos de desaparecidos, para los que Abuelas estableció todo este dispositivo, y los que no éramos hijos de desaparecidos. Que no teníamos dónde buscar nuestro origen. Yo tuve la suerte de obtener un nombre y empezar a hacer una búsqueda muy privada. Pero hay personas que ni siquiera saben nombre, apellido, nada. Y creo que tenemos que colaborar como sociedad. Porque es una lucha social. Yo soy una más entre tantos niños y niñas apropiados.