De tractores y arados

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Hace unos días, Laurentina, una gran amiga, me alcanza unas fotos. Entre ellas ésta de la Colonia San Salvador del Valle, en 1962. Su marido, Mario Crottolari, era puestero del marqués de Olaso y por ello, con la creación de la Colonia, fue adjudicado con el Lote 6 que llamaron “El Alto Alegre”, y ahí vivieron con sus tres hijos: Rubén, Negrito y la “Chocha”.

La foto me encantó. Se ven entre ellos, mujeres, colonos y sus hijos: Tato Manganiello, Jorge Franceschini, Mario Crottolari, José Pueblas, Ramón Marano, Carlos Villamarín, Ricardo Ceci, Mingo Moussompés, Gerónimo Bosso, Honorio Mengarelli, Kiko Córdoba, Juan Martín entre otros. Entre las mujeres, Blanca y Lidia Ceci, la “Chucha” Moussompés, Laurentina Andrada de Crottolari.

Era una demostración de tractores Fiat, organizada en conjunto por el vendedor, Felipe Lafuente, Juan Odilio Amado, empleado del Ministerio de Asuntos Agrarios y el INTA. Los tractores eran un Fiat 780 que podría haber sido del “Cholo” Pueblas y el de atrás un R60 de Lafuente. No se ven bien en la foto: quizás sea un Supersom (Someca), un tractor de línea más chica, de 40 caballos de fuerza, después estaba el Someca 45, 50 y el Supersom de 55 caballos. Los primeros tractores 780 no tenían arranque eléctrico entonces, había que tirar con una piola que prendía un motor chico que a su vez, encendía el motor grande del tractor. Yo recuerdo a papá, en las mañanas, enroscando la piola para dar arranque: había que tener cuidado de no dejarlo en cambio porque sino arrancaba solo y una vez, en lo de Mathet, un empleado tiró de la piola sin verificar y el tractor empezó a andar arrastrando el alambrado hasta parar en la manga destrozando todo.

Década del 60… los tractores tenían que llevar patente como los sulkis.  El Fiat 780 más grande,  tiraba arados de 5 o 6 rejas de 14 pulgadas… El Supersom, más chiquito, 3 o 4 rejas de 12 pulgadas que cubrían unos dos metros de ancho. Sólo dos metros de ancho para hacer cientos de hectáreas… Yo recuerdo correr al lado del tractor de papá entre el ruido del motor y el griterío de las gaviotas buscando isocas, y después volver a la esquina, cerca del alambrado y sentarme en el hueco caliente dejado por el arado, mi silla playera de adobón de tierra, debajo de un gran sombrero de trapo que me ponía mamá…  Eran tiempos de felicidad, viento y tierra, mis tiempos de “banderolera” señalando la dirección correcta.

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Las cosas cambiaron, llegaron tractores más grandes que llevaban arados que cubrían más de 7 metros de ancho, pero también se modificó la siembra y ahora, ya no se ara más el campo.

Las gaviotas sólo se ven por los basureros, algunas pocas, como desorientadas buscando quizás lo mismo que nosotros, lo que parece se ha perdido en el tiempo o que no podemos ver en las corridas nuestras de todos los días. Pero están los testimonios, los colonos y sus fotos que  recuerdan cómo fue la vida no hace tanto tiempo, y que no debemos perder de vista para caminar seguros hacia el porvenir.

Gracias a Laurentina, a Mingo Moussompés, a Rita Re, a Ricardo Ceci, a papá Rodolfo, a Victor Maggi, a Susana Campomenosi y Titi Copla por compartir anécdotas y emociones.