Historias: Raúl García y el vóley después de la Guerra de Malvinas

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En un nuevo aniversario de la Guerra de las Malvinas, el recuerdo de la historia de Raúl García, quien estuvo en la guerra y encontró en el vóley la forma de darle un sentido a la vida y seguir adelante. A continuación, una nota completa que brindó el técnico cinco años atrás.

“Aún en los momentos más sensibles, como son las fechas próximas al 2 de abril, es cuando más me aferro a no fallar y estar de pie frente a mis alumnas. El vóley me contiene y me sostiene… es mi lucha”. Historia y deporte siempre van de la mano y cuando se cumplen 31 años de aquel 2 de abril de 1982 en el que Argentina fue a recuperar las Malvinas en medio del Golpe Militar, Raúl García, ex combatiente, encontró en el vóley su refugio para volver a la vida.

Hoy por hoy se desempeña como entrenador del Club CEDEM de Buenos Aires y se muestra agradecido por la contención de su esposa Nora y de sus hijos. Sin embargo, sin dudas, la Guerra de Malvinas es una herida que no pudo cerrar y más allá de las tres décadas que ya pasaron, el relato es estremecedor y, al mismo tiempo, una invitación a reflexionar. “Hoy las cicatrices que llevo en el cuerpo y en el alma no me dejan olvidar que el pasado fue real”.

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El camino hacia Malvinas

Por la ley del Servicio Militar Obligatorio, el sorteo y el destino, produjo que en 1981 le toque hacerlo en Córdoba, en el grupo de Artillería Aerotransportado 4, los Boinas Rojas. “En 1982, todavía bajo bandera, el 2 de abril nos encontró ya preparados para el combate sin saber a dónde nos tocaba ir. Nos desayunamos en el cuartel que las Islas fueron recuperadas con éxito así que un 23 de abril toda nuestra Unidad ya se encontró tomando posición como Artillería con obuses (cañones) en las islas más australes de nuestras querida República… las Malvinas”, relató García y completó: “En particular, mi rol de combate fueron las comunicaciones, ser operador de radio”.

Y el sentimiento surge a flor de piel. A la hora de responder sobre cómo tomó esa decisión de tratar de recuperar las Islas, él aseguró: ¡Ya estaba hecho! Las Islas Malvinas fueron recuperadas, volvieron por legítimo derecho a pertenecer a quien le corresponden, a nosotros los argentinos, por geografía, geología, distancia, herencia… lo recibí con mucha alegría. En ese momento no imaginaba las consecuencias que traería al desalojar de nuestras tierras y ante los ojos del mundo a una de las más grandes potencias piratas. Después de casi 150 años volvía a flamear nuestra querida bandera celeste y blanca allí y yo fui testigo… ¡Yo la vi!

La vida en una guerra: un antes y un después

“Cada día morís un poco y al terminar el día comprendes que sobreviviste un día más”

Raúl García recuerda como si fuera ayer cada momento en cada lugar durante ese periodo en el que fue parte de uno de los hechos más fuertes de la historia argentina. “A medida que pasaban los días el conflicto se agudizaba cada vez más. Las peores miserias se viven en una guerra por el clima, por el terreno, por los ataques enemigos… se sufre, se soporta, se acostumbra y se sobrevive. En un día de guerra hay hambre, frío, soledad, miedo, terror, tristeza, dolor y angustia. Cada día morís un poco y al terminar el día comprendes que sobreviviste un día más”.

Y el relato sigue: “Nuestra posición era en el centro de la isla en Supper Hill. Desde el Estrecho de San Carlos las fragatas se acercaban a la costa y nos hostigaban con sus cañones y, a pesar de la pérdida de tres compañeros y de los heridos, nunca le dimos tregua. Aún el día de hoy recuerdo correr y tirarme cuerpo a tierra ante cada bombazo que caía con un gran estruendo, el silbido del proyectil acercándose y luego la explosión, el fogonazo. Pero a pesar de todo eso tenía que levantarme de nuevo y correr a unir los cables para que se mantenga la comunicación. Había que tener coraje, valentía, honor y todo esto era mucho mayor que las miserias”.

-¿Cuál fue el día más difícil en lo personal durante la guerra?

Fue el 10 de junio, casi después del mediodía. Durante unos ataques de la artillería enemiga, cuando trataba de llegar a mi refugio escucho gritos, pedidos de camilleros, médicos y alguien que no paraba de gritar. Eso era normal, pero esa vez ese grito fue diferente. Algo no estaba bien. Me acerco a ayudar y la escena que no quería mirar estaba ahí. En toda su dimensión, todo duele, sabor amargo, el olor a pólvora, a muerte. Todo lo que llevaba cargando por dentro, observando y resistiendo explotó en mí. Impotencia, bronca, ira. Y se presentó ante mí la cara de la muerte representada en el mismísimo Dios, ese Dios que insulté, agravié… entonces apunté al cielo y disparé hasta vaciar el cargador. En ese momento de impotencia me descuidé y cayó un bombazo lo suficientemente cerca como para que la onda expansiva me alcance y me golpee. Fue todo en una fracción de segundo, pero pensé ‘Me morí’. La caída hizo que vuelva a la realidad. Sentado en la turba malvinera comprendí que, hagas lo que hagas, hay un Dios que maneja los hilos de tu vida. Simplemente no era mi hora. Hay cicatrices que llevo en el cuerpo y en el alma que no me dejan olvidar que el pasado fue real”.

“Lo más impresionante en una guerra es cómo la vida humana no tiene valor, nadie da explicaciones de por qué matás o te matan. Vivís al límite y todo vale para sobrevivir. Simplemente sos un número y estas ahí esperando tu turno”, agregó.

La posguerra: entre el martirio emocional y volver a empezar

“Es difícil sacarse la mochila con todo ese aprendizaje de miserias, de violencia, y tratar de volver a la normalidad. Me tenía que demostrar que nuevamente podía estar de pie y buscar esa paz interna que me diera tranquilidad, sin olvidar y aprendiendo a convivir con todo esto”.

El resultado de la guerra no fue el esperado y más allá de la (relativa) alegría de haber sobrevivido a semejante experiencia, los días después fueron casi tan duros, o más, que en las Islas. “Con la derrota a cuestas, ahí empezaba lo que sería el período de desmalvinización. No se podía hablar del tema y nos decían que la gente estaba muy enojada con nosotros, que tratáramos de evitar el contacto con la sociedad hasta que lleguemos a destino”.

 “Estuve prisionero en el buque Camberra y nos desembarcaron en Puerto Madryn el 19 de junio. Al bajar nos trasladaron en camiones totalmente tapados, pero para sorpresa nuestra, escuchamos muchos gritos y es por eso que a pesar de la orden de no levantar las lonas, lo hicimos igual. Lo que vimos fue espectacular y nos emocionó. Cientos de personas con banderas argentinas nos saludaban, se acercaban para darnos pan, galletitas, cigarrillos, chocolates… cualquier cosa era válida para darnos esa mano fraternal y decirnos ‘Gracias’. Fue increíble”, contó y continuó sobre la llegada a Buenos Aires: “Nos llevaron a Trelew y de ahí en avión hasta el Palomar. De nuevo salimos en micros tapados y había un mundo de gente queriendo averiguar de dónde éramos y buscando familiares”.

-¿Cómo viviste la posguerra?

Si la guerra fue difícil, más duro fue lo que vino después. Esa lucha silenciosa en la que el estado de abandono junto a la desmalvinización hizo que tuviéramos que salir a pelear por nuestros derechos; fuimos ignorados por completo. En ese momento se ofrecían psicólogos, psiquiatras y médicos para ayudarnos, pero en realidad eso nunca se concretó, sólo les interesaba figurar. La depresión y la falta de especialistas en experiencias bélicas hicieron que terminara internado 15 días en el Hospital Militar con un tratamiento para estabilizarme y reintegrarme a la sociedad. Con el tiempo no mejoraba, tuve una recaída y terminé en el Hospital Neuropsiquiátrico Ferroviario durante dos meses. Pero gracias a mi familia que nunca me abandonó y a mis amigos que me enseñaron a escuchar, aprendí que tenía que encontrar el significado de esta vida. Pude encontrar un buen especialista y con ese apoyo psicológico pude equilibrarme. Es difícil sacarse la mochila con todo ese aprendizaje de miserias, de violencia, y tratar de volver a la normalidad. Me tenía que demostrar que nuevamente podía estar de pie y buscar esa paz interna que me diera tranquilidad, sin olvidar y aprendiendo a convivir con todo esto.

-¿En cuánto creés que cambió tu vida una experiencia como esta?

Ahora tengo 51 años y tuve 19 de adolescencia. Después de la guerra nada fue igual: perdí mi juventud, mi paz, mi familia, mis amigos y mi novia. Antes frente a ellos no había secretos; el Raúl que se fue no es el mismo que volvió y ahora hay muchos secretos que son difíciles de hablar o explicar, simplemente por tocar el tema provocaba un dolor en el alma. Llevo 32 años de posguerra, de lucha, de paciencia, de tolerancia, de comprensión de entender y aceptar que esto es lo que me tocó y por alguna razón volví. Llevo 32 años integrándome a la sociedad. Trato de enseñar y transmitir que la vida te brinda muchas oportunidades, que frente a cada problema maduramos un poco más y que el significado de esta vida es sentirse vivo.

El vóley como nuevo modo de vida

“El vóley fue mi refugio, mi cable a tierra”

Antes de 1982, Raúl García estaba más identificado con la natación, pero también repartía su tiempo en el vóley recreativo del Club Muñiz. En 1980 se federó para Bella Vista, pero como en 1981 salió sorteado para el Servicio Militar Obligatorio en Córdoba no pudo seguir entrenando a pesar de formar parte del equipo de vóley de la Unidad. Pero después de Malvinas volvió a Bella Vista. “Recién en 1984 retorné y ese mismo año junto a Mario De Brito, solidario amigo del club que siempre estuvo presente, se nos ocurrió la idea de armar el vóley en el club de nuestro barrio, el Club Muñiz”.

 “Tener la mente ocupada fue un tema difícil porque no se trataba de olvidar la guerra, sino de aprender a convivir con ella. El vóley fue mi refugio, mi cable a tierra, porque era lo que me gustaba, me entretenía y me mantenía expectante. Esperaba siempre el próximo partido rodeado de gente linda, de amigos del club, del barrio… me sentía contento y querido”, recordó.

Hoy por hoy, el destino lo llevó a dedicar gran cantidad de horas como entrenador. Y el vóley se transformó en la herramienta para seguir adelante: “La pasión por el vóley y trabajar en lo que me gusta: preparar, ejercitar, entrenar y salir a jugar cada semana, mantiene mi mente ocupada. Aún en los momentos más sensibles, como son las fechas próximas al 2 de abril, es cuando más me aferro a no fallar y estar de pie frente a mis alumnas. El vóley me contiene y me sostiene… es lucha».

Malvinas, 31 años después

-¿Qué significa para vos cada 2 de abril?

Cada 2 de abril se abren nuevamente las heridas, hay un deber patriótico de honrar a nuestros verdaderos héroes, ‘los muertos en combate’. Los que cayeron en Malvinas, los heridos, los mutilados y cada uno de nosotros que volvimos hoy somos historia, testigos vivos de una gesta gloriosa que mostró al mundo que el Reino Unido necesitó ayuda de Estados Unidos y Chile para poder pisar las Islas. Me siento orgulloso de haber dado parte de mi vida en defensa de la soberanía. Nosotros hicimos todo lo que pudimos, pero otros hicieron más ya que dieron su vida por esta patria, por esta tierra. No merecen ser olvidados, ni las tierras entregadas. Que sean eternos los laureles que supimos conseguir.

Raúl García:

Fecha de Nacimiento: 22 de enero de 1962

Trayectoria como jugador: Muñiz, Bella Vista (1984), Muñiz (1985), San Lorenzo de Muñiz (1986), Club Fiat Concord (1987), Bella Vista (1990, 1991).

Trayectoria como entrenador: Muñiz (1984 y 1985), San Lorenzo de Muñiz (1986), Racing Club de Villa del Parque (1987, 1988), Cooperativa Martín Fierro (1992, 1993), Fiat Concord (1987 a 1995). Luego CEDEM compra el predio de ese club y allí se mantiene hasta la actualidad.

María Eugenia Candal

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