Por qué los argentinos aman el bidet, este singular integrante del baño

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El 19 de noviembre un investigador argentino en filosofía ganó una beca para estudiar dos años en Alemania. Lo tuiteó y, como corresponde, lo felicitaron muchas personas. Al día siguiente, el mensaje -que recibió más de mil likes y cientos de respuestas- no fue tan feliz: «Hoy caí en cuenta que voy a vivir dos años sin bidet y entré en pánico». «Chabón. Es alto problema ese. El idioma, cultura o lo que sea es una gilada al lado de ese. Hay que hacer un mapa con los países que sí tienen», le comenta un seguidor.

Ahora bien, ¿por qué los argentinos aman con fervor a esa ducha equívocamente ubicada?, ¿por qué se hizo tan popular aquí cuando es improbable su ubicación en el resto del mundo, incluso en los hoteles de cinco estrellas (en todo caso aparece con un chorro paralelo al piso, y no de abajo hacia arriba)?

La explicación más aceptada tiene que ver con una especie de rémora de la época en que la clase alta argentina tiraba, literalmente, manteca al techo hacia fines del 1800 en los salones de alcurnia en París gracias a las vacas pampeanas, tal como registra, entre otros, Louis-Ferdinand Celine en su clásico Viaje al final de la noche. Como el mito de la cigüeña, el bidet llegó de París para nunca más irse y se extendió de manera universal entre la abundante clase media argentina del siglo XX.

«Desde entonces somos fanáticos. Jorge Tartarini solía decir que el bidet es de origen francés, pero argentino por adopción», dice Celina Noya, que es la referente del Museo del Agua y de la Historia Sanitaria de la empresa Aysa, donde trabajó con el fallecido Tartarini. «¿Qué les pasa a los argentinos con el bidet?», contaba Tartarini que le cuestionaban los extranjeros que visitaban el museo y, en efecto, creían que era una pieza menos de la vida cotidiana que de esas instituciones que exhiben el pasado.

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Pasión argentina, pero en otra posición

Y, como toda adopción implica modificación y adaptación, aquí llegó con una sutil variante: los argentinos le dan la espalda a las canillas cuando el uso original era de frente a ellas y a la pared (lo que incluso justifica su nombre bidet = pony o caballo pequeño; a este sanitario se lo jineteaba en Europa). «La posición que elegimos nos lleva a increíbles contorsiones para regular la potencia de los chorros de agua y la relación entre el agua fría y la caliente», agrega Noya.

Tras más de cien años de uso interrumpido, el bidet ahora tiene un desafío para su supervivencia. Con el nuevo código de edificación aprobado por la Legislatura porteña dejó de ser obligatorio en los nuevos hogares de Buenos Aires. «Ahora que lo sacaron de las viviendas más chicas es probable que se construyan baños sin bidet, sobre todo en función de las viviendas sociales y para que se gaste lo menos posible. Es una pena, y el hecho de que en Europa no se use me parece que es más una excusa. El bidet es casi un sentimiento nacional», dice el arquitecto Luciano Gómez.

Para la higiene íntima, pero con atención a los detalles

«Bien usado, el bidet es un buen método para la higiene personal», dice María Alejandra Macías, ginecóloga del Instituto Lanari. Pero aclara: «Sirve para los genitales externos, pero no como ducha vaginal porque elimina la flora bacteriana de la vagina que protege contra las infecciones; si se llega hasta el fondo, como si fuera la boca, puede ser problemático».

Nacido en las casas reales europeas, usado en algún momento como anticonceptivo (ineficaz) y para higiene de meretrices, encara en el siglo XXI un momento de quiebre: ¿la pasión argentina por el chorrito vertical como agua danzante sobrevivirá a la necesidad del momento de construir en espacios reducidísimos? ¿O quedará restringido a lo ya construido? El amor por el bidet vive su hora más crucial.

Al investigador argentino becado en Alemania que extrañará al bidet también le sugerían una solución a la japonesa: artilugios similares automatizados que cumplen la misma función de manera portátil. En Corea incluso lanzaron una versión con wi-fi, como parte del paquete conocido como Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) Podría servir para pasar el momento, pero seguramente no es lo mismo. Y él tendrá que acostumbrarse filosóficamente a lo áspero.

Por: Martín De Ambrosio