
Recordamos a Delia del Carril a treinta años de su fallecimiento
El 26 de julio de 1989 Delia del Carril murió, apaciblemente, en su casa de Michoacán de Los Guindos, Santiago de Chile, con la fiel servidora Rosita a su lado. Tenía 104 años.
Hija de Víctor del Carril y Julia Iraeta, nació en la estancia “Polvaredas Grande” y era una niña de cuatro años cuando por primera vez montó uno de los caballos de su padre.
Galopando en su infancia por la pampa, siempre amó la fuerza e inteligencia de esos animales y el ímpetu de esas imágenes llegó a sus telas cuando, ya anciana, volvieron sus caballos desde la memoria, inmensos y poderosos, para rescatarla del recuerdo de Pablo Neruda, el único hombre que amó.
Refugiada en ellos inició una carrera de grabadora y pintora. Los caballos le cabalgaron el alma y no dejó de grabarlos o pintarlos, desbocados, enloquecidos, hasta poco antes de morir. Así definió sus convicciones más vitales:
“Que cada uno haga algo que trascienda. Que cada uno encuentre una razón para vivir. Si uno es capaz de crear algo que dé placer y felicidad a los demás, es una realización propia. Es triste pasar por la vida sin hacer nada. Yo creo que lo más importante es que uno se convenza a sí mismo que es capaz de hacer algo. Que adquiera conciencia que es un ser útil, que puede tener y dar felicidad”.
Su frase preferida era: “Todo debe ser demasiado: Los negros más negros, los blancos más blancos, las actitudes humanas más definidas”.
Volodia Teitelboim, biógrafo de Neruda, escribió acerca de ella: “Delia nunca dejó de ser argentina y siento que fue una mujer sin fronteras, una adelantada de su tiempo, una mujer briosa como sus magníficos caballos que pintó hasta el final de sus días”.
En su avanzada vejez sobrevivió en precariedad, ayudada por los amigos que la adoraban, conocedores de su enorme generosidad en los años de opulencia.
Con el tiempo, su casa fue rescatada del abandono y hoy es un Museo que conserva su taller y difunde su obra.
Foto: ilustrativa