Trabajo honrado que nunca será olvido

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Solo, lleno de todo y nada, el Capataz de Tropa era la encarnación del paisano dispuesto a soportar el desarraigo, las interminables horas, días y meses de cuidado de la hacienda que los estancieros ponían en sus manos.

Ser Capataz de Tropa no era para cualquiera: era el que podía por su conocimiento y experiencia ser el responsable de los reseros y de la tropa que valía mucha plata y que quizás era todo el capital de su patrón.

El capataz era responsable de gente y animales con conocimiento del camino, de dónde iba a encerrar, si había agua o no la había, donde se iba a pasar la noche, cuál era la tensión de los alambrados, las estancias amigas, el estudio del tiempo, o hacer pastar la hacienda antes de cruzar un campo con romerillo. Nada podía dejarse librado al azar.

Muchos eran buenos administradores y llevaban todo anotado en una libreta. En esas libretas no sólo se registraban los caminos recorridos sino también el conchabo y pago a los peones,  boyeros o baqueanos; la compra de carne y jabón para el viaje; las paradas y el alquiler de potreros para hacer pastar a los animales; el cobro de fletes a los clientes; la compra de caballos si era necesario.

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Además llevaban sus propios carros donde iban las provisiones o incluso, los más organizados, mantenían un negocio paralelo de comerciantes siendo los comisionistas de la Pampa.

El capataz de tropa era resero, pero la mayoría de las veces, consumados domadores motivo de orgullo y prestigio entre esa gran “cofradía” de solitarios.

Dicen que en primer arreo lo hizo Juan de Garay por 1573, cuando hizo traer una tropa desde Asunción del Paraguay, cruzando el río Paraná a nado hasta donde se fundaría la primitiva Santa Fe. El capataz de Tropa en esa oportunidad fue don Juan de Espinosa, quién cuenta la historia fue el primer capataz de tropa del Río de la Plata, transportando lo que seguramente fueron las vacas fundadoras de la riqueza vacuna de la Argentina.

En General Alvear hubo muchos Capataces de Tropa y muy buenos, reconocidos en toda la provincia de Buenos Aires, en Córdoba, La Pampa o Santa Fe, paisanos arreando en la mayoría de los casos hacienda cimarrona, reflejándose en el cielo estrellado o tiritando bajo el poncho encerado cada vez más pesado con las lluvias, esperando el relevo para acercarse al fogón y dormitar aunque sea un poco antes de continuar la marcha.

Lorenzo “Coco” Barloqui cuenta de aquella vez que fueron con el capataz RUFINO FREDES hasta los campos de Herreras Vega, arreo en el que llovieron cinco días seguidos, donde hasta el poncho de abajo se humedecía y los pies permanecieron helados y mojados durante la semana entera. En ese viaje, el carrero era don Pancho Vale y llevaban 700 animales con Pichón Qüin, Eulogio Moreno, Juan Manuel “el Ñato” Fredes y Julián Marcadal.

Con el finado RUFINO FREDES fue el arreo desde “La Vigilancia” hasta una estancia de Jerez, cerca de Lincoln, en un viaje de 23 días con más de mil animales. El carrero, gran cocinero, era Wilfredo Villaverde y los reseros “Pichón” y “Toto” Qüin, el “Ñato” y “el Negro” Fredes, “Coco” Barloqui, Felipe Villafañe y Manuel Domínguez.

En un viaje que hicieron Lindolfo Moussompés con su hermano Mingo, salieron desde “El Peligro” de Campón hasta “Los Cisnes”, en Córdoba, con el “VASCO” IRIGOYEN como Capataz de Tropa, en un rodeo de unas vacas algo ariscas para llevar durante más de cien leguas y con nueve reseros. Ese arreo fue de 52 días saliendo “a campo”, buscando el recorrido más corto cruzando campos, viaje más largo en días porque llevaban vacas preñadas que iban teniendo cría en el recorrido, en la calle. En un momento, con más de cien terneros hubo que ocupar un carro para llevar a las crías, cargándolas y descargándolas a la noche para que anduvieran y mamaran.

Los arreos vacunos siempre llevan delante a las tropillas porque si no, las vacas siempre tienden a volverse para la querencia o andar más rápido de lo esperado.

En medio del campanilleo de los cencerros que las madrinas llevan en el pescuezo, van los reseros para oponerse desde un principio a las disparadas locas de las vacas que pueden producir desparramos en el campo en todas direcciones. En ese caso, debían ser seguidas a todo correr por los paisanos gritando y alzando sus ponchos por delante y los costados, acción que podía provocar rodadas y que acababan muchas por no sujetar nada y con los caballos cansados.

Por eso, todos los esfuerzos del Capataz y su gente se concentraban en evitar desastres y hasta que la hacienda no se hubiera alejado bastante de la querencia, en vez de apurarla de atrás, la sujetaban por delante y en los costados, haciéndola caminar como encerrada sin hacer caso a las vacas que paraban o estiraban la cabeza en un constante balido quejoso presintiendo ese adiós eterno al campo natal.

Algunos Capataces fueron legendarios como don Santiago Thompsom. Recuerdo que un día visitando Saldungaray, un paisano que andaba por allí, contó de los viajes que hacía con el capataz SANTIAGO THOMPSON. Con él salieron el 8 de junio de 1955 con una tropa desde “El Peligro” con el “Cholo” Moussompés; el domador de “Santa Rota” Toribio Angelani; Pucheri de la estancia “El Quemado y “Mingo” Moussompés que en ese momento trabajaba en la estancia “los Robles”.

En 1966, se hizo otro arreo largo desde “El Peligro” hasta Villa Valeria en Córdoba, recorriendo casi 700 kilómetros con 800 vacas. Ese arreo salió en abril y llegaron en Mayo tomando 35 días de viaje. Los reseros eran Gabino Montrio, Abel González y Mingo Moussompés, muy diestros y conocedores de los animales, salieron despacio desde “El Peligro”, al grito de un “Fuera vaca!” y rebencazo furioso cuando alguna quería volverse para las casas, esperando la resignación de los animales y originando, quizás para olvidar más pronto la querencia, un trotecito corto de vez en cuando.

LUIS RUFINO BUDUBA fue capataz de tropa en un viaje de 54 días desde General Alvear hasta América llevando más de mil animales, con terneros de destete y 13 reseros volviendo 9 hasta “Hinojales” con vaquillonas “para entorar”. Entre los reseros estaban Héctor Pereyra, Luis Buduba, Santiago Thompson, Julián Irigoyen, Lorenzo “Coco” Barloqui, Nicandro Buduba, José Luis Buduba y Rufino Fredes.

La responsabilidad mayor era siempre del Capataz de Tropa. JORGE WALKER, o el “Rubio” Jorge como todos lo conocían, era de Chascomús y llegó a Alvear para quedarse. Al decir paisano, Walker “era muy preparado”, con mucho conocimiento de los caminos y muy meticuloso en la administración de la tropa, acciones que enumeraba meticulosamente en una Libreta.

Capataz experimentado y sabedor de caminos y fechas, el “Rubio” Jorge iba haciendo coincidir su marcha con los establecimientos donde eran bienvenidos y donde se les permitía tender el recado en algún galpón, encerrar los animales o disposición de carne para asar. Walker era también músico, sabía refranes, milongas, tocaba la guitarra y cantaba, conocido y esperado con sus rodeos en todas las estancias para participar en bailes y reuniones.

Su nieta, María Inés Comas comenta entre risas que una vez, llegaron a una estancia donde no habían sido invitados pero que había una fiesta, así que previeron llegar ese día y pedir permiso “para encerrar” con el fin de ser invitados, cosa que lograron con la cordialidad propia de algunas de las estancias. Walker se quedó en Alvear, vivía cerca de la Barraca de Tortorici de Alvear, detrás de las vías, y ya anciano, se sentaba con su guitarra en un banquito improvisando y contando anécdotas de los arreos.

A veces los arreos transcurrían sin novedad, pero siempre bajo la mirada del Capataz para evitar estampidas que originaban pérdidas de animales o roturas de alambrados que originaran la “mestura” de vacas y pérdidas de tiempo que sumaban cansancio y días de trabajo.

Una costumbre muy de Buenos Aires fue el de conocer a todos por sus sobrenombres por eso recuerdan a FACUNDO PERALTA como el “Rengo Peralta”, otro capataz legendario. Tantos viajes, llenaban de cuentos y risas las ruedas alrededor del fogón, agrandando aquel arreo complicado, la lindura de alguna puestera o hasta a veces, de las ganancias o pérdidas de las tantas carreras cuadreras a los que muchos reseros eran aficionados.

De tanto andar los caminos, muchas veces cambiaban de querencia, por eso los reseros nombran con nostalgia a compañeros que han desaparecido casi sin dejar rastros, añoranzas de tantos nombres olvidados.

Capataz de tropa, oficio perdido de la pampa bonaerense. Con el tiempo los arreos se fueron haciendo más cortos: del campo a la feria, o de campo a campo en un mismo partido. El rugir de los camiones reemplazó el andar manso y el grito oportuno para amedrentar a la cimarrona más terca o atrevida.

Capataces de tropas llevando miles y miles de reses casi sin pensar en la paga, soportando temporales y cuidando fortunas ajenas, con trabajo honrado de un pasado que nunca será olvido.

 

Nota: Homenaje en los Capataces de Tropa nombrados a todos los demás que realizaron tamaño trabajo de compromiso y responsabilidad.

Bibliografía consultada:

– Del Valle, Héctor. Oficios.

– Daireaux, Godofredo. Arreo.

– Saubidet, Tito. Refranero Criollo.

– Entrevistas personales a Lorenzo “Coco” Barloqui, María Inés Comas,Mingo y Lindolfo Moussompés.

Foto: Jorge Walker domando gentileza de María Inés Comas, nieta del Rubio Jorge Walker.

Por Lis Solé.