“Un robo en la pulpería de Don Ambrosio Carrique”

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“La Pulpería” era en el siglo XIX el boliche de campo donde los paisanos conseguían las provisiones para vivir y también el lugar de entretenimiento y encuentro social. Comprar yerba, harina, azúcar, tomar una copita, jugar a los naipes y ponerse al tanto de las últimas novedades era parte de la oferta de estos boliches para el gaucho. No pocas veces las reuniones terminaban en peleas que se resolvían facón en mano, en los célebres duelos criollos.

En el cuartel 4º del antiguo partido del Saladillo, estaba la pulpería de don Ambrosio Carrique, la que en mayo de 1873, según nos cuenta “La Voz del Saladillo”, fue víctima de un robo por parte de una banda de gauchos ladrones.

Transcribimos la crónica policial del primer periódico saladillense:

“Ha tenido lugar un robo en el cuartel 4º de este partido, que pone de manifiesto la audacia de los ladrones que infestan nuestra pobre campaña.

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La autoridad debía mostrarse más activa en perseguir los cacos, cuando se presentan, para escarmiento de los demás.

He aquí el hecho.

En momento en que hallábase en este pueblo el honrado y laborioso vecino D. Ambrosio Carrique, un hombre se presentaba en la casa de negocio que este señor tiene a unas 6 leguas de distancia.

Tras del primero vinieron dos más, y al rato un cuarto se apeaba en la entrada del almacén.

Entró y saludó a los demás, adelantándose a pedir una copa de anís, y como no había pidió ginebra, y en el momento dijo a los otros ¡No quieren tomar la tarde! Tal vez era la seña convenida.

Los interpelados contestaron afirmativamente.

El dependiente servía la ginebra y en esto el que había pedido lo sujetó del brazo. El joven para defenderse se aferró con la izquierda de la rejilla, dando lugar a que el otro lo tomase del otro brazo, mientras un tercero saltaba el mostrador, y allí lo ataron con una faja, intimándole el silencio y que bajase los ojos, si quería quedar con vida.

Inmediatamente empezaron a bajar todas las prendas de plata que había, varias piezas de género, tirando debajo del mostrador todas las que no representaban un gran valor.

La señora que notó el asalto salió con sus niños y empezó a llorar y gritar.

_ A la señora; aulló uno de ellos, y se abalanzó a detenerla.

La pobre señora asustada, le rogó no la asesinase, y el otro le pidió silencio y la llave del mueble donde hallase el dinero. Como es fácil suponer la llave le fue entregada; pero la suerte quiso que no hubiese allí una gran cantidad de plata, pues el Sr. Carrique había venido al pueblo, precisamente para mandar unas órdenes a la ciudad.

Era la hora del crepúsculo.

Los ladrones se entretenían en recoger el botín, y el dueño entraba por el patio en su casa.

Al encontrarse la señora azorada, le preguntó que había sucedido; pero aquella tuvo la suficiente energía de comprimir sus sollozos y disimular el hecho, pues los malechores estaban aún en el palenque, y temía por la vida de su esposo.

Cuando aquellos se habían alejado, el Sr. Carrique tuvo noticia del robo, y encontró en el almacén el dependiente atado.

Quería perseguirlos, pero se interpuso la señora, y le rogó cuidase de su persona, pues la noche adelantaba, y solo en el campo, Dios sabe como habría terminado el suceso.

El teniente alcalde de aquel punto se trasladó al lugar del robo para dar fe del hecho, y puso en movimiento algunos hombres, que como todos suponen, recorrieron infructuosamente los alrededores.

Buscaron los ladrones por donde no debían buscarlos, recorriendo los almacenes inmediatos.

Los malechores no son del partido. El mozo no reconoció uno solo de ellos, y además llevaban el rostro cubierto por unos pañuelos.

Hasta el momento en que escribimos no se les ha podido dar la caza”.

Fuente: Historias de Saladillo – Facebook