Coleccionismo: Homenaje a los “Buby”, la patria de nuestra infancia

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Entrega N°2

Quienes atravesamos la infancia en los años 60/70, lo hicimos en un país donde la “Industria Argentina” era una sólida marca registrada que le ganaba por goleada a cualquier “Made in..”. Junto a la producción automotriz local, consolidada en una decena de fábricas, un mundo paralelo replicaba en escala y fielmente la mayoría de sus modelos.

“En esta segunda entrega, nada mas maravilloso que mostrar modelos originales que fueron parte de mi infancia y un par jugados por el querido amigo Mario Chicare, que hoy descansan en mi humilde museo. Un Ford Falcon, verde agua, que recuerdo como si fuera hoy, era uno de mis preferidos y se encuentra en un estado impecable a pesar de haber pasado más de 50 años. Después dos increíbles modelos, sin jugar, 0km. Una hermosa Chevy y un Torino. La historia de la adquisición de estos modelos me traslada al 2001, cuando acompañe a un equipo de básquet donde jugaba mi hijo a Goya, Corrientes. En una caminata por los alrededores del estadio, me los encontré en la vidriera de un kiosco, con sus cajas originales y ahí nomás fui a su encuentro y descansan en la vitrina de los preferidos. 

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Los otros dos, un Falcón rojo y una Chevy de TC me los obsequio Marito Chicare. El Falcón está muy jugado por Marito en su entrañable Polvaredas pero en un estado impecable. El otro, una Chevy de TC, luce en toda su dimensión, hasta con las calcas originales. Hermosos”. (Osvaldo Debiasi).

Detrás de esta realidad lúdica, estaba Haroldo “Buby” Mahler, un vecino de Berazategui que una década antes había puesto en marcha una industria artesanal. Su chalet de Ranelagh fue la casa matriz de una multicolor línea de montaje, que deslumbraba rostros pueriles.

Con aprobación de las filiales nacionales de las automotrices, la reproducción de sus modelos llegaba a las vidrieras de las jugueterías de todo el país en seductoras cajitas amarillas y rojas.

Convertida en la pujante empresa Miniaturas Buby, la fabricación progresó hasta alcanzar, en sus mejores épocas, los 1.000 autitos diarios, convirtiéndose en la “automotriz” de mayor producción de entonces.

Por lejos, la marca Buby encabezaba el pelotón de nuestra alegría, relegando a un segundo plano a la chocolatada Cindor, al dulce de leche Gándara y a las papas fritas Bun.

Salir de la escuela rumbo a la juguetería y canjear por sonrisas la compra de nuestros padres era una experiencia insuperable. Tal vez, sólo la adquisición del primer 0 km –para quienes tienen la suerte de poder hacerlo- pueda compararse con la enorme felicidad que sentíamos al abrir los envases de cartón y saber que ya podíamos jugar con el cochecito alojado en su interior.

Era nuestra forma de manejar al auto de papá, del tío o del abuelo, de subirnos a la camioneta del verdulero o al camión con doble acoplado del vecino. O bien, de manejar el colectivo que pasaba por la puerta de casa.

El pasa-manos generacional entre hermanos y las interminables mudanzas de piezas y casas ralearon mi colección hasta desmenuzarla en un paradero incierto.

Años más tarde, no importa cuántos, me encontré con muchos de los autitos con los que jugué de niño, gracias a la noble iniciativa de Diego Javier Casal, un joven coleccionista que desde hace quince años atesora una colección de modelos a escala de industria nacional, posiblemente, la más extensa en calidad y diversidad.

Bajo el título «Buby, un sueño sobre ruedas», el Museo del Golf «Roberto De Vicenzo», de la Ciudad de Berazategui, exhibió ese fin de semana parte importante de sus valiosas piezas.

Desde los Mini–Buby a los Buby Bus, pasando por los Buby 88 y Buby Colección, la muestra agrupaba por épocas y escalas una buena porción de la producción desarrollada a lo largo de más de tres décadas. Prolijamente alojados en exhibidores vidriados, los distintos modelos lucían como en una juguetería de época, muchos de ellos acompañados de sus cajitas originales.

Párrafo aparte merece el exhibidor de los Mini-Buby, completo, con los calcos originales y, por supuesto, con todos los modelos alojados en sus respectivos lugares.

Una acertada iniciativa fue la invitación al público para que se expresara y contara sus historias a través de unos simpáticos cartones coloridos con silueta de autobús.

Textos: Gustavo Feder, Editor de Autohistoria, Carlos Cristófalo y Osvaldo Debiasi, Editor de Sport Digital Saladillo.